lunes, 17 de febrero de 2020

Resaca de cuarta



Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. ¿La vida le estaba jugando otra jugarreta? No dejaba de mirar a través del monitor. El sitio web de la Lotería Nacional lo constataba “Felicidades su número ha sido premiado”. El reloj marcaba las  cuatro treinta de la tarde. Domingo nublado y frío de la nueva década. La soberana resaca acentuaba su estado anímico en el espejo: ansiedad, mareo, hiperventilación, ganas de salir huyendo a quién sabe dónde. Se asomó por el balcón de la recámara. Respiró hondo. El sinsentido de los días en la acera reclamaba el trayecto hacia el matadero. Caminó al comedor. Entre latas de cerveza y el cenicero atestado de colillas se sirvió una copa de ron para cavilar la situación.

Revisó nuevamente el número del boleto, lo comparó con la pantalla, no cabía la menor duda: era el ganador. Prendió un cigarro, suspiró, sorbió el elixir y escudriñó letra por letra los requisitos para cobrar el premio: Billete ganador de premio (ORIGINAL), inepasaportecédulaprofesionalcartillamilitarcredencialdelinapam (ORIGINAL), comprobante de domicilio (ORIGINAL), clave única de registro de población (ORIGINAL), registro federal de contribuyentes (ORIGINAL), estado de cuenta bancario no mayor a tres meses con nombre del cuentahabiente y número de cuenta clabe para transferencia (ORIGINAL). Hojeó, displicente, un cuaderno de anotaciones sin sentido que llevaba años redactando. Bostezó. Pensar en lo original. El origen de las especies, origin of symmetry. Ser una persona original o impostada. ¿Quién es realmente alguien? Mientras el alcohol hacía su labor resbalando por la garganta, los cuestionamientos brotaban: ¿Cómo diablos haré para trasladarme hasta las oficinas de la Lotería Nacional en Reforma? Estoy a una hora y media de trayecto si bien me va. ¿Y si me asaltan en el metro? ¿Y si extravío el boleto? ¿Y si deciden suicidarse en cualquier estación? ¿Y si tiembla? ¿Y si las pinches marchas? ¡Con una chingada! No haré nada. No diré nada a nadie. No me presentaré.

 Volteó a su librero buscando los lomos de sus libros. La manía de entender el mundo a partir de los títulos lo ayudaban a sopesar los días: rojo y negro, infierno de todos, meditaciones desde el subsuelo, la cofradía de las espadas, el arte de la fuga, al servicio de la música, suicidios minúsculos, cabeza ajena, elogio a la vagancia, el orgasmógrafo, estas ruinas que ves, volver a df, el último lector. Silencio. Encender otro cigarro o no. ¡Díganme algo! espetaba a los libros. Levantarse de la silla. Caminar en círculos por la estancia. Fumar otra vez. Servir más ron. Volver a buscar la respuesta: el hombre soberbio, el día que la vea la voy a matar, ciudades desiertas, rayuela, los niños de paja, la ciudad alucinada, las travesuras de la niña mala, axilas, de perfil, nueve cuentos, la insoportable levedad del ser. Nada. Regresó al balcón, habían pronosticado lluvias por la tarde y heladas durante la madrugada. Domingo sumamente gris.

Lo único que se le antojaba era caminar sin rumbo. La agorafobia de años para acá lo postró nuevamente en su realidad. Desear sin volar. Poner algo de música. Atestiguar el momento. Alegrarse, pues pareciera que una de las cosas más disidentes en la actualidad es sentirse bien. Todo conspira en contra de nuestra felicidad. Meditar la situación. Regresó a su cuaderno de anotaciones para enlistar minuciosamente los pormenores de tener un avión: ¿Qué haré con el pinche avión presidencial? ¿A dónde viajaré? ¿A quién invitaré? ¿Y si me estrello como Kobe Bryant? ¿Y si me cruzo con un misil en medio oriente? Un avión ¿para qué? ¿Vivir el resto de mis días en un hangar? ¿Y si fundo una nueva Roma desde la sala de juntas al interior del avión? ¿Y si abro la academia de teatro presidencial? Más ron. No saber cómo sentirme.

En los medios se debatía y se buscaba con intriga al ganador sin cesar. Un país enardecido y reventado por sus propios vicios, se atiborraba en las redes dando falsos testimonios y demás naderías sin sustento.  Ahora todos tienen derecho a opinar: ruido sin sentido, escupir para arriba. Prender otro cigarro. Tomar otra copa. Mareo, marejada, mar. ¿Y si me voy del país? ¿Para qué? Las desgracias nos acompañan siempre. Convertir el avión en un ring donde se partan el hocico "chairos" vs "fifís" ¿Para qué? Estamos más divididos que una res en canal. Masificación de bufones, bravucones, provocadores y cobardes detrás de la pantalla. “Revolucionarios” de lunes a viernes. Empáticos de medio pelo. País atolondrado entre tweets y mañaneras. Proponer peleas clandestinas  entre indignados vs opresores para que supuren de una buena vez su inoperancia personal con bandera ajena y ganar buena lana por la aniquilación de la especie suena congruente. Reinventarnos desde la nada. Ser espectador de la confusión y barbarie social. Convocar a un reality show desde las nubes y debutar como emprendedor: Los siete hábitos, el vendedor más grande del mundo, quién se robó mi queso, comienza siempre de nuevo, la inteligencia emocional y esas cosas. Inhalar y exhalar. Bocanadas de humo. Pensar. Estudiar para piloto. Salir del tedio. #Viajar y #viajar. Repartirme en mil países. Fragmentarme entre latitudes. La palabra fragmentar siempre me ha parecido contundente. Vivimos fragmentados entre el delirio y la zozobra.

Miró el boleto: “Es una cooperación para equipos médicos y hospitales donde se atiende de manera gratuita a la gente pobre”. Ser pobre y anhelar. Orfandad. Comer de las sobras como puercos. Altruismo. El altruismo siempre esconde la mugre. Somos tan falsos. ¿Un avión? ¡Qué disparate! Escuchar a Pink Floyd y viajar estático en el departamento. Tomar otro trago. Fundirse en la sensación embriagante. ¿Desde cuándo no siento?  Subir a la azotea. Agitarme y sentir algo. Imaginar que tuve suerte. Gritar porque me siento lejos. Regresar al departamento. Reflejarme en el espejo sin ganas. Salir al balcón. Respirar. El viento en las mejillas. El viaje de las nubes. Las cosas simples.  Ojalá tenga calefacción el avión presidencial para los frentes fríos. Fumar y soltar. Soñar la irrealidad.