martes, 2 de febrero de 2021

Códigos para el fin de los tiempos



Bajo del metrobús Hamburgo, van a dar las 5:30 de la tarde. Semáforo en verde –el aparato eléctrico en cada esquina- no el que todos ansiamos ver para y volver, volver, volver ¿volver a qué? ¿Cuándo hemos salido? En fin. Mis pasos me guían entre el sangros de plaza 222 y una construcción de época ubicada a contraesquina. A la distancia alcanzo a ver una que otra alma deambulando. Caigo en cuenta que estoy a casi un año de haber caminado por aquí desde aquel 18 de marzo del 2020 en que la oficina nos mandó corriendo a casa porque ya había un caso en la torre donde laburo a unas cuadras de aquí. 

Pinche Wuhan. Pinches chinos. Pinche coronavirus. Es un bicho tan perfecto, tan eficaz. Con una logística tan envidiable, que ya la quisiera cualquier desgobierno del mundo para hacer de las suyas, sin espectáculos mediáticos, sin el ojo de los guardianes del universo. Operar como el covicho, es como se deben de hacer las cosas: en la penumbra, a domicilio, sin que lo notemos.

La calle de Hamburgo a estas horas luce desolada, bella, ausente del ruido perpetuo en que estaba sepultada meses atrás. Hoy la noto renacida. Incluso, puedo decir que asemeja una postal de otro pulso. Atrapada en otro tiempo, melancólica. Es sábado.  A una cuadra del péndulo me replanteo si estuvo bien haber arribado en busca de mi cometido. El cubrebocas, mis lentes, el spray y la careta me regresan la cordura. Me siento como un apicultor transitando en terreno venenoso.

Llego a la librería. Subo los escalones y de frente la chica amablemente me da la bienvenida.

-         Buenas tardes, bienvenido al péndulo.

-         Hola, buenas tardes.

-         ¿Viene al área de restaurante o de librería?

-         Librería señorita.

-         Le invito a que active su código QR y lo escanee aquí.

-         ¿Código qué? ¿Qué chingados es eso? Me cuestiono.

-         Este… permítame señorita, me está entrando una llamada.

Doy unos pasos en reversa. Mientras hablo con un ser invisible, dos chicas llegan a la entrada principal. Como buen ser humano, siempre será preferible ver cómo la cagan los otros, antes de cometer el error y ser objeto del vapuleo del resto. Mismo protocolo: bienvenida, explicación, sacan sus dispositivos, le toman una foto a una imagen, la chica lo revisa. Bienvenidas. El par de féminas entra con una jovialidad y despreocupación encomiables, enviando un gancho certero a mi orgullo. Esto no se puede quedar así.

-         ¿Listo señor?

-         ¡Claro! Saco torpemente mi celular. Desbloqueo. Enciendo la cámara, centro el objetivo y tomo la foto a ese laberinto sin entrada ni salida embarrado en el mostrador.

-         Listo señorita, ya quedó.

-         A ver, permítame su celular.

-         Este… pero ya quedó.

El sudor hace acto de presencia resbalando por la espalda, mi respiración hace de la careta una nebulosa donde no alcanzo a ver bien el rostro de la chica.

-         Perdón, es que este aparato anda fallando. Voy a tomar otra imagen.

-         Adelante.

-         Listo, ya quedó.

-         Permítame ver su celular.

-         Señorita sabe qué, desde la mañana anda fallando. ¿Será que pueda ingresar rapidito? Ya sé qué títulos me voy a llevar, cuestión de diez minutos.

-         Lo siento, es la nueva normativa en los lugares públicos de la ciudad.

-         ¿Ya descargó la aplicación?

-         ¿Cuál aplicación? ¿Descargar? Me digo en silencio.

Entre la capa espesa de vaho en la careta, alcanzo a ver con justa razón la molestia que empezaba a brotar en la gendarme del sitio. Mi silencio denota todo el asunto.

-         Puede hacerlo también a través de un sms.

-         Ahhh perfecto, ingreso torpemente a la pantalla. No veo ni madres.

-         Listo señorita y ¿ahora, qué hago?

-         Active el chat.

-         ¿El chat? Entre la bruma de gorilas en la niebla al interior mi cápsula de protección, mi nerviosismo evidente y el sudor, alcanzo a ver una madrecita azul que dice “Iniciar chat”.

¡Carajo! lo único que deseo es entrar, husmear, comprar un par de libros y salir huyendo. Sin hablar, sin hacerla de jamón. Soy un ciudadano de a pie, no descifro códices. Tan solo deseo comprar libros sin tener que conectarme a un chat para platicar. ¿Qué me preguntarán? ¿Será acaso una sala del latin chat? Me siento como en aquellas noches estimulantes del messenger: Steppenwolf acaba de iniciar sesión. Rapazh dice: ¿Qué se va a hacer carnal? Alienígena nostálgico preguntando ¿se van a armar las chelas? Por allá, Chicadelacualnomequieroacordar acaba de iniciar sesión y se pone en no disponible porque está emputada conmigo. Los albores del estrés virtual y la pertenencia digital se cocinaban. Ventanas y ventanas con alias de rolas, ídolos musicales, artistas y literatos entrando con zumbidos por la parte inferior derecha de la pantalla. No, no quiero regresar, no quiero chatear con nadie y mucho menos con el gobierno.

-         Si gusta présteme su celular y le apoyo.

-         Gracias, lo que pasa es que no alcanzo a ver bien, disculpa.

-     Mire: aprieta activar chat e ingresa el código que está aquí. Déjeme hacerlo por usted señor (Im-bé-cil).

-         Está bien, se lo agradezco.

Pasaron unos cuantos segundos y el trabuco estaba resuelto.

-         Pase y le recuerdo que en 20 min cerramos.

-         No se preocupe, ya quiero desaparecer de aquí.

Una vez pasado el examen de ingreso a otra dimensión, entre estantes, las nalgas sudadas y la vergüenza a flor de piel, busco lo que me llevó a cambiar el curso de mi fugaz tranquilidad sabatina. Selecciono, paso a la caja, hago el pago. Listo.

-         Hasta luego señor y gracias por su visita.

-         Gracias a ti y disculpa tanta molestia.

-         No hay de qué, para eso estamos. Vuelva pronto.

A paso lento, confundido, decepcionado, camino hasta llegar a la esquina. Me postro en una banca, retiro por un momento la careta, limpio mis lentes, el vaho, las lágrimas, ya no sé. Tomo aire, respiro. Miro al cielo, la tarde empieza a desaparecer. Desolado, me rindo ante mi ineptitud: Yo confieso ante la tecnología toda poderosa, y ante ustedes internautas que he pecado mucho, de inoperancia, atraso y primitivismo. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a san Feisbuk siempre vigente, al tuiter, a los instagrameros, y a ustedes voyeristas profesionales que intercedan por mí ante la gran tecnología, nuestro señor, Amén. Hamburgo permanece inmutable en un silencio del más allá. Le hago la parada a un taxi. Sólo quiero regresar a mi departamento, tomar un trago "sin líos, sin gente, sin broncas brother" recuerdo amores perros, mientras observo el ángel de la independencia alejarse desde la ventana.