Sólo
basta con lanzarse de bruces a la calle y dar constancia del salvajismo que nos
rodea para desear mutar en un asceta lejos del páramo desolador y sinsentido en
que se han convertido las manchas urbanas que habitamos. Ciudades vanguardia:
metástasis de lo absurdo que podemos llegar a ser. Mientras el mundo se
provoca/se empatiza, se despedaza/se reconcilia, se toma una selfie/se polariza
y se vuelve a ir al caño tras la pantalla -ese espacio donde no pasa nada-; los
días y contando de la realidad se precipitan sobre cualquier colonia de la
ciudad dando vida a personajes perdidos en sus particularidades y manías. Basta
levantar la mirada para corroborar que
estamos atrapados en la
irrealidad de la red aderezada de una glotonería desmedida por alimentar
nuestros egos torcidos. Esteban Arévalo
es un bicho raro, un marginal como contraparte de lo políticamente
correcto o lo que sea que eso signifique. Ente afecto a caminar las calles de
su colonia sin razón aparente más el de ser un objeto más del paisaje urbano.
Pasar desapercibido es su máxima como versan estas líneas “en definitiva soy un
limosnero que no pide limosna”.
Fadanelli
nos entrega en El hombre mal vestido una
novela de fineza a ras de suelo, que aborda el conflicto existencial de nuestro
tiempo y de otros tiempos que estarán al dar vuelta en la esquina: el pensar
por cuenta propia, sacar tus propias conclusiones lejos de la perorata y el
ruido perpetuo que nos sepulta en la automatización de cardúmenes por doquier.
Ahora todos son expertos en algo, por supuesto, tras la pantalla. Para Esteban,
recorrer las avenidas de su colonia es ejercitar el pensamiento sin interferir,
sin chingar al prójimo, es un estar a destiempo en cualquier punto tratando de
entender el instante carnavalesco que le regala la fauna cívica de personajes
que se atraviesan en el tránsito de la historia, es saberse fuera de lugar y
estar medianamente completo con lo que es.
Frente a la inmediatez atropellada y la sed insaciable de subir al siguiente escalafón de quién sabe dónde a todas horas y en todo momento por parte de nuestros contemporáneos, la novela toma otro rumbo y se pierde entre callejuelas filosóficas, referencias a libros, músicos, escritores, acompañándose en todo momento de diálogos inteligentes, abruptos y buena dosis de sexo clandestino estrellándote con el muro de los cuestionamientos y la realidad. ¿Valdrá la pena enfrascarse en cambiar al mundo que nos circunda? ¿Hasta cuándo dejaremos de lanzarnos mojones de mierda virtual con seres invisibles en la red? ¿Estará bien levantarse y atravesar la puerta de nuestras casas una vez más? ¿Será prudente tomar acción en las batallas ya perdidas de antemano y que nadie ve? No lo sé, pero al observar los rostros de los niños que han sido expulsados al mundo algo me duele, pobres, no saben en donde han venido a caer. Literatura punzante plagada de personajes prepotentes, abusivos, fisgones, disparatados que arremeten una y otra vez la ¿sombría? vida de Esteban son parte del universo que se da cita en el barrio de Tacubaya. El hombre mal vestido es como escuchar con escozor heaven or las vegas de los Cocteau Twins, desbaratarte en cada nota, mirar el cielo, gritar por si alguien te escucha, decidir salir a vagar por las calles de tu vida y caer en el cuento de nunca acabar: ¿Quién soy y qué chingados hago en este mundo? para muestra un botón: “Lea a Kafka; es la manera más eficaz de no llegar a ninguna parte, y de disfrutar el recorrido. Los zombis son poca cosa…”