A veces, mirar hacia arriba consuela entre tanta alharaca y confusión en horizontal. Subir corriendo a la azotea del edificio y capturar lo fugaz. Ser feliz unos minutos. Respirar hondo.
A veces, mirar hacia arriba consuela entre tanta alharaca y confusión en horizontal. Subir corriendo a la azotea del edificio y capturar lo fugaz. Ser feliz unos minutos. Respirar hondo.
No
me gustan los gatos. Son pedantes por naturaleza. Se saben suficientes en su
andar fanfarrón, silencioso, y eso me desagrada. Son casi las nueve de la
mañana. La resaca me avienta de la cama para deambular por la cocina. Destapo
una cerveza para calmar el desierto que traigo en la garganta. Pongo a los Daft
Punk para continuar en el mood de anoche. De días para acá me sienta bien
escucharlos, sobre todo cuando a casi un año de este encierro el horizonte se
vislumbra jodidón. Reviso el celular “No la vayas a cagar otra vez, paso por ti
a las cinco para ir al cotorreo de Luly. Y no me salgas con tus ñoñerías”.
¿Quién es Luly?, me pregunto, mientras Veridis Quo se apodera del departamento.
El
sólo pensar en la reunión a la que me invita el Buitro, en la que no conozco a
nadie, y que según las coordenadas enviadas nos llevará hasta Calzada del
Hueso, me pone quisquilloso. No he asistido a reuniones desde mucho antes de
que iniciara el pandemónium. Creo que con la edad voy perdiendo el lubricante
social, el feeling pues, y me caga casi toda la gente. Ahora soy selectivo en
mis batallas: Con unos cuantos carnales en la vida basta para desflorar el
mundo, o de plano, en ocasiones, prefiero ser un bebedor solitario: “Sin gente,
sin líos, sin broncas, brother”.
*
Al
Buitro lo conocí hace como nueve años, cuando mis trastabilleos me trajeron
como Juan Diego hasta acá en busca del sueño capitalino. Nos hicimos compas en
mi anterior trabajo por su buen oído musical, su valemadrismo y sarcasmo
natural, su inteligencia, su brújula para los bares de medio pelo, y porque de
vez en cuando hemos compartido, amanecido, y llorado los dolores del alma al
calor de unos tragos. Sabe cuándo mantener la boca cerrada, escucha con
atención para después clavarte ganchos de sabiduría etílica a la Max Demian. Me
cae bien.
*
Esta
ciudad es muchas ciudades apiladas en el mismo comal. Millones de humores,
voluntades, sed de venganza, sed de sacrificio, sinsentidos e irreverencias te
escupen su tufo a cada momento, me quedo pensando mientras destapo la segunda
cerveza. La concentro en mi taza de Pearl Jam para disimular y me postro en la
silla en modo zombi para encender el ordenador.
Una
de las ventajas del encierro es poder estar crudo o ebrio en las ligas de la
justicia del Zoom: reuniones sin sustancia con rostros que alguna vez tuvieron
vida en la oficina. Hoy solo son estampillas virtuales que intentan balbucear y
hacer mundo desde sus trincheras. Me caga esa frasecita tan hueca de: “te
adaptas o mueres”. ¡Váyanse todos a la chingada!, ¡¿cuándo han estado vivos?!,
les espeto mentalmente, mientras nos damos los buenos días emulando un grupo de
neuróticos anónimos. Buenos días buenos días buenos días buenos días. Prosigo
con mi chela, sonrío y me quedo mirando cualquier punto en la pantalla. Creo
que me estoy empedando otra vez.
17:40
Le
digo al Buitro, que va mentando madres entre San Antonio Abad y Chabacano, que
por las tardes Calzada de Tlalpan me parece una experiencia desoladora, triste,
desgarradora. Toda la podredumbre empieza a emerger de sus cloacas mutando en
su verdadera esencia: una metástasis kilométrica de vicios atravesada por un
intestino naranja. “No mames, cabrón, ahí vas con tus pachequeras de nuevo. La
vida hay que vivirla y ya; me caga cuando empiezas de poeta. Deberías de
agradecer que te saqué de tu ratonera para que pases un buen rato. Aliviánate,
men, vas a ver que con unos tragos y un chubi te pones en onda. Las vacunas ya
vienen en camino, no hay pedo. Es más, te voy a presentar a Luly, que me ha
estado preguntando por ti”. Lo miro de reojo, extrañado. “Ya sabes, trepé uno
de esos recuerdos del Feis donde estamos en la foto que nos tomó mi ex cuando
fuimos a ver a los Dinosaur Jr. en el Corona, ¿te acuerdas? Qué buen cotorreo
esa vez”.
Pinches
gatos ¿por qué me caen tan mal?, me pregunto, mientras mi compa sigue parlando
que si quiero un toque para llegar chidos al cotorreo, que si el Corona y no sé
qué rollos más. Un doctor Simi danza frenéticamente dibujando el sinsentido de
la tarde, de la quincena, del tiempo, de la vida. Sincronizo mi ipod en el
estéreo, le doy play al Where You Been y tomo una chela del asiento trasero.
“¡Eso, chingao, ese es mi gallo!”, Sentencia el Buitro.
Out There
Los
primeros riffs taladran mis oídos de manera portentosa aflorando sentimientos
de nostalgia famélica. La misma sensación electrizante me llega de golpe, como
cuando caminaba por el parque de Los Berros entre la niebla xalapeña. El sol
empieza a desinflarse, Tlalpan deja de importarme, ya no escucho al Buitro,
sólo estamos la aguardentosa voz de J Mascis y yo: “Maybe I’ve changed, just
tell me was this all in vain? I know you’re out there, I know that space is not
a race weren’t you invited?...”. Bebo más agüita amarilla. El sonido madreado
de las guitarras me catapulta en instantáneas al vagabundeo de aquello que fui:
recibo un centro de ensueño del botín de Mario Rodríguez para anotar un gol de
tijera en los campos Juárez, es 1993, no tengo idea de la existencia de la banda
y del impacto que causarán en mí años después. Dos teporochos están sentados
observando hacia la nada entre mona y mona afuera de un Seven.
What Else Is New
Trepado en sensaciones, le adelanto a la playlist y pongo las que me descalabran para enmarcar la ruta. “¿Te acuerdas carnal? Qué pinche chingón estuvo ese toquín, su música es un buen viaje”, dice Buitrón. “Aguanta, aguanta, deja escuchar este pinche discazo, ten respeto”, le respondo. Observo los puestos cochambrosos de comida y reafirmo que los Dinosaurios deben de acompañarte en todo momento en esta y otras vidas: cotorreando con tus carnales en la esquina del Peñascal, por la zona UV, por Santos Degollado, Xalapeños ilustres, por San Cosme, Saturno, Neptuno, en la azotea de tu casa, por Jardines de Xalapa, en la Miguel Hidalgo, en la carretera, en la playa, al estar enamorado, cuando muere un ser querido, hasta llegar a este atolladero de vehículos en que me encuentro en el 2021. “I can’t take the strain, now what else in wrong? Sure, I’ll take the blame. Come on out now, it’s the only way…”. Le doy fuego al unicornio para soportar la vuelta de rueda a la que vamos. Somos tortugas enfiladas al matadero. Sólo hemos avanzado dos estaciones. Hasta el metro parece veloz. Al paso que vamos llegaremos mañana. Cuando estás bajoneado, cualquier detalle, por mínimo que sea, te cobra factura.
On the Way
Le
digo al Buitro que los gatos están sobrevalorados. No hacen más que cagar y
mear en sus arenales que solícitos sus dueños limpian cual fervientes mucamos. “¡A
huevo! Pinche cliché de artistas y temperamentos pretenciosos”, me responde.
“Así es carnal, es que tuve una pesadilla con gatos anoche, es todo. Mejor
súbele a esa madre. La rola me inyecta fuerzas desde otra galaxia”. “I’ve been
a wreck so long It’s hard to pull it back, but I’m on it, and I want it, and
you flaunt it… and It wakes me, and it takes me, and it rapes me gone away. All
the way…”. Estos cabrones debieron engalanar el cierre aquella noche en 2013 y
no los piteros de Phoenix convocando rebaños de poses hipsterianas. Dejamos
atrás Villa de Cortés. La cola del diablo hace efecto.
Get me
Ya
puesto, pienso en todas las vidas que se han esfumado con el bicho. Recuerdo
pérdidas de seres muy queridos. Hoy ya no existen, son y serán enunciación permanente.
Me embarga una sensación indescifrable. “Ahorita que lleguemos compramos en el
Oxxo unas botellas para llegar al cien, maestro”. “Ya vas”, le contesto. Añade
el Buitrón que van a ir como quince personas o quizás un poco más. Es el
cumpleaños de Luly y sus valedores de diseño le armaron el guateque. ¡Qué poca
madre tengo! directo y sin escalas a la sinsusana. A unos metros veo a un
repartidor tirado en el asfalto, lo auxilian un par de camilleros. Alcanzo a
ver la fractura expuesta a la altura de la rodilla. “¡No mames, qué loco!”,
vocifera el Buitro. Me viene a la mente Familia de medianoche, documental que
me aventé el año pasado, el cual retrata las peripecias y vejaciones a las que
se enfrenta una familia chambeando en su ambulancia en esta plasta urbana.
Respeto y aplaudo lo solícito de la intervención de esos jóvenes. Está cabrón
ganarse la vida en esta aldea, acá todo es rapiña. Una estrellita en la frente
para mí: me siento empático y pachón. “Well, every dream is shot by daylight,
and I pray that maybe you’re right, But if you don’t, maybe I might. ‘Cause
it’s on…”. La desgracia se pierde entre vehículos quedando atrapada en una
postal de la Portales. Un nudo en la garganta me advierte que esto no va a
acabar bien.
18:55 o Roof garden
El
Buitro toca el timbre. Una voz femenina y la camarita del interfón nos
escudriñan “Qué onda, chulis, ahorita te abro. Te jalas al fondo hasta llegar
al elevador y puchas el seis”. Nos da acceso. Salimos a un “roof garden”. Me
tranquiliza un leve saber que nuestros humores y microbios se perderán en el
smog de la noche. “Te presento a Pancho”, dice Buitro. “Hola, mucho gusto, soy
Luly”, dice. “Hola, ¿qué tal?”, le contesto. En efecto, son poco menos de
quince personas repartidas en las consecuencias artificiales de la
verticalidad, del “dinamismo” y el cinismo por parte de los magnates de la
construcción. Me queda claro que los tan anhelados roof han mutado en la meta
aspiracional del que tiene acceso a tales “beneficios” en ciudades impostadas.
Varillas y cemento como testigos de tu insignificancia: hipotecar tu existencia
por un pedazo de cielo. A mis espaldas llega un tumulto como de cinco personas
más saliendo del elevador. Me dirijo a la barra para dejar las compras.
“¡Hooola!... Pon las botellas de este lado y la botana por allá pooorfiiis”, me
saca de mi rufgardenera apreciación mental una vocecita agridulce proveniente
de una pelirroja escuálida.
Mi mujer-House-Bichota
Dos felinos deambulan entre las risas y cháchara de los invitados. La noche resbala al ritmo de Nicolas Jaar. Cuando llego a lugares donde hay gatos me pongo alerta: la envidia y la traición están en el ambiente, no es un lugar seguro. Me encuentro en un semicírculo junto a Luly, al Buitro, que está en vías de agarrar una soberana peda, y tres chicas cuyos nombres olvidé. Parlotean lo trending: “Es súper tóxico todo ese rollo amiga… me siento vulnerada todo el tiempo; ¡puercos!, por eso debemos levantar la voz: Se va a caer…”. Por otro lado, las bocinas reclaman: “Dónde está mi mujer, en la calle, por acá, por allá, por allá y por allá, ¿has visto mi mujer?…”. En silencio sigo asintiendo, elucubrando y tragando ron. Estoy a punto de intervenir, cambian de rola y el ambiente se torna efervescente en la azotea. “Salgo acicalá de pie a tope porque puede ser que con el culo mío te tope…”. “No mames, es Bichota, güey, vamos a bailar”, sentencia una de ellas. Se pierden a unos metros de nosotros para contonearse sin reparos. Todo me queda muy claro. Doy gracias por quedarme callado. Suspiro, prendo un cigarro, miro las luces de la ciudad que simulan una maqueta sin fin. Quiero desaparecer.
Voy
en el taxi rumbo al metro. Espero alcanzar el último convoy. Quedé con Luly en
vernos otro día, quién sabe. Buitro se quedó balbuceando con su ex morra, la
Lorena, que no sé a qué hora apareció. Ahora entiendo tanta insistencia por
venir al desmadrito: somos adictos al masoquismo presencial, o al fisgoneo de
simulaciones telemáticas en esa olla hirviente que son las redes. Es su pedo.
Me trepo en el penúltimo vagón, casi vacío. Regreso al ipod. A través del
cristal observo uno que otro ente deambular sin rumbo por la calzada,
prostitutas en espera del sustento, ratas comiendo las sobras del frenesí
diurno, dos perros intentando coger afuera de una taquería tristona, el letrero
de un gimnasio como de la Segunda Guerra Mundial donde dice: “Promoción $1,200
por un año”. Alcanzo a ver en el último vagón un par de jotos que se van
masturbando. La tripa naranja es el pulso de la urbe. “Llévame a casa por
favor”, le susurro.
“I want to tell you that I miss you But I'm pissed you blew me off, I'm goin' home. No more meetin', I been beaten Go ahead fake it, I can't shake it”. Where You Been es una joya que brilla por su melancólica fuerza. La voz de J Mascis alcanza la estridencia poética en cada nota. La banda de Massachusetts es el postre para los días en que nada sale bien. Compañero del paisaje interior de las miserias, de la enunciación, y los destellos de felicidad. A veintiocho años de distancia sigue vigente y poderoso. En Where You Been encuentro la melcocha para mi temperamento agridulce. “By the pound the tension's mountin', wrapped around me, feelin' tight. I'm goin' home…”. Se aproximan las fauces del túnel que nos engullirá hacia Pino Suárez. Lo penetro delicadamente, me pierdo en las entrañas del monstruo.