martes, 7 de septiembre de 2021

Yoga y coca: La otra cara del mundo rosa

 




La memoria, depósito de instantáneas donde se teje la telaraña —en cierta forma— de nuestro ajetreo en el mundo, es un asidero del que podemos echar mano a la hora de exponer y contarnos frente al otro. Si bien entregarse a la tarea “ociosa” de registrar el mapeo de nuestra vida por medio de la escritura y soldar diversos recovecos de la existencia bajo el verdugo inclemente del tiempo, es ya en sí misma una tarea ardua, que para diversos humores puede resultar una actividad por demás, irrelevante, no deja de sorprender que ciertas sensibilidades brillen en el entramado literario y tomen el riesgo de mostrar sin reservas el catálogo personal a manera de remix novelado, y seducir a lectores curiosos.

Yoga y coca, de Alejandra Maldonado (Dharma Books, 2021), es un ejercicio minucioso de reflexión e inconformidad permanente en clave de autoficción.  Irónico, inteligente, divertido, sin caer en el lugar común de narrar por narrar estancándose en el confesionario de las vivencias personales a secas. Nada de memoriales a la nostalgia. Acá nos enfrentamos a piezas breves que conforman una idea general y concreta de lo que habita en la mente de Blanca Potente —alter ego de Alejandra—, respecto a la frustración constante con los hombres, el consumo de sustancias, el amor, la pasión, la embustera publicidad, la amistad, y la pulsión constante por encontrar un remanso en el mundo.

Maldonado logra un engranaje de alto calibre desde el yo visceral sin clamar por la sororidad. Más bien intenta comprender a través de su escritura y aquilatar el peso de ser mujer en una sociedad cegada por el capitalismo salvaje. Pluma vigorosa impregnada de lucidez entrañable, en un tiempo donde pareciera que continúa vedado a la mujer expresar su libertad y, sobre todo, su goce. El machismo aborrece la idea de ver a la mujer gozar, y éste trabajo deja en claro todo lo contrario, habla por sí mismo desde una libertad que confronta: “Una noche nos saltamos a la alberca de la UNAM, nadamos a oscuras, la ciudad era nuestra, no la habitaba nadie más. Y entonces yo me dejaba gobernar”. Letras de fuego que causarán escozor en entes adoctrinados y simiescos “Yo estaba realizada con mi sueño del cabrón barriobajero que me hacía a su manera porque yo se lo estaba suplicando, esa noche maldita no satisfacía las ganas de ponerme sobre ti para traspasar el siguiente límite de mi carne. Y me quedé con ese preguntarme si sentirse así no sería un síntoma de ser ninfómana, porque aun con todo yo no estaba ni a cien kilómetros del orgasmo”.

La riqueza del libro se sostiene en la dualidad rítmica de los claroscuros del personaje principal, mismos que nacen en la adolescencia; fluyendo por cañerías emocionales hasta desembocar en esa encrucijada que experimenta en general el mundo femenino y sus dilemas: adentrarse en la cuarta década trastabillando frente al escrutinio público; sin hijos, soltera, gorda, sin casa propia, mascotas, camioneta, estabilidad financiera, bañada en piel de naranja, es decir, a millas del “empoderamiento” de clichés.

La sensación que desprenden sus páginas es la férrea búsqueda por alcanzar a toda costa la relación estable con el hombre “ideal”, y con ello, afianzar la idea del amor romántico que nos ha endilgado el cine rosa y toda la normativa social de la vieja guardia: “Cuando endioso a un hombre me es muy difícil derribar los monumentos ideológicos que le construí. Eso es lo que me hace mierda: todas las ideas, expectativas y escenas románticas estúpidas que no han sucedido ni sucederán, es como un saudade, pero en chafa”.

Y como todo en la vida, el camino será sinuoso, un despliegue narrativo que va desde el magnetismo hacia lo marginal, a lo corrosivo; haciendo del tránsito de la historia una variopinta ruta de excesos, goce, desilusiones, fiestas, artistas urbanos, soledad, despilfarro, mundillo publicitario, estados alterados y estancias en diversas latitudes, sosteniéndose en el estimulante y a la vez cansado peregrinar de los encuentros íntimos y el desasosiego. Sin embargo, siempre habrá un sostén para continuar: “Las drogas son sobre todo certeza, aunque sea efímera, un paliativo en un mundo de decepción generalizada”.

El presente convulso arropa la necesidad colectiva de clasificar, denostar y señalar a mansalva comportamientos “políticamente incorrectos”, “extravagantes”, “chuecos” e “insanos” desde la trinchera cobardona de lo telemático; donde los estandartes pontificadores de cualquier índole mutan en patologías sociales que saturan de significaciones vagas e inconexas la cotidianidad: la peste de nuestro tiempo. Se desgastan los días conectados en sociedades ególatras e hipócritas disfrazadas de “progresismo” de banqueta y selfie. Todo es un desmadre.

Sin embargo, Maldonado arremete y camina —a través de Blanca— la veta de la autodestrucción y cinismo de forma plena, sin grandilocuencia, de manera frontal, sin buscar el aplauso. Desde la mirada meticulosa de la angustia existencial, la irreverencia y la rebeldía como horizonte habitable, esta colección de historias breves forma una línea de varios gramos que nos invita a esnifar un soundtrack novelado de fina manufactura, sin fisuras. “Entre más vieja me hago, mi mente, instigada por la desesperación, se regodea en estupideces de esta naturaleza cada vez con más frecuencia. Estoy de atar. El apocalipsis se acerca”. Yoga y coca es un libro provocador y necesario para los tiempos que corren llevando la conversación rasposa al ring de los dogmas que nos circundan. Feminismo activo —si es que existe tal cosa— y no causas ciegas que pululan por doquier.