Ahora
que las circunstancias nos mantiene a gran parte de la población encapsulados
en nuestros hogares, me pregunto: ¿hasta qué punto somos capaces de tolerar el
encierro con nuestros vicios y mochilas mentales? El aislamiento, la soledad,
vivenciar el mundo desde adentro puede y debería ser la posibilidad genuina de
encontrar aquello que tanto clamamos mientras vamos dando tumbos en lo
cotidiano: hacer una pausa. Pareciera que la tan anhelada pausa nos aterra. No
sabemos convivir con nosotros mismos, ni con el tiempo. No queremos que nos
alcance el destierro, legitimando la imperiosa necesidad de comunicarnos a
través del ciberespacio. No soportamos quedar olvidados en el ostracismo. En un
mundo que demanda estar extremadamente presente aunque no se tenga nada qué
decir, es normal este tipo de sintomatologías. Y si el claustro es en conjunto,
pues la situación se torna desesperante y asfixiante para muchos.
Al
ser grotescamente permisivos a lo externo, se cae irremediablemente en el
espacio común “ganándole” la batalla al
tedio por medio de esa gama de ocurrencias estúpidas y al vapor como los tik tok, los desafíos, dominadas con un papel
higiénico, estar de cabeza quitándose la prenda que se trae puesta en la parte
superior, las cadenas de apoyo convocando a seres invisibles a que enumeren los
discos, las películas, las imágenes, que supuestamente han marcado nuestras
vidas y un largo etcétera para mitigar el no saber qué hacer con el peso de
nuestra individualidad atrapada entre las manecillas de un reloj. Ridiculizar
nuestra existencia tras la pantalla parece ser la pulsión predominante.
“… la caminata da certidumbre al pensamiento,
conocemos en la marcha, observamos el mundo porque nos movemos en sentido
contrario al movimiento del planeta, aunque al mismo tiempo estemos plenamente
referidos a él. Releo estas líneas en elogio a la vagancia, y me queda claro
que no es el exterior el enemigo invisible a vencer: el virus letal somos
nosotros mismos frente al espejo. Nuestra experiencia de vida tras bambalinas
debiera tomar otro cause, un ir hacia dentro desmenuzando el mundo que nos
habita: romperlo en cientos de fragmentos, investigarlo, repudiarlo y
sopesarlo. Cuando el tiempo de volver regrese,
salir al escenario del mundo con una visión más íntima y autodeterminada de
nuestra individualidad podría ser un ligero cambio en el horizonte que nos
observa en lontananza, porque la vida como siempre, estará ahí al acecho para
darnos nuevas lecciones y patadas en los huevos.