sábado, 18 de abril de 2020

Miedos invisibles



A años luz de distancia constato que los miedos primitivos siguen latentes en las llanuras de mí ser. Anoche hice las paces con la madrugada y terminé de ver nuevamente la saga de tiburón –cuestión que traía pendiente desde hace varios años-. Definitivamente me quedo con el trabajo de Spielberg, porque arraiga en su discurso la esencia de aquellas zozobras infantiles que podemos llegar a experimentar: los miedos más puros brotan en la infancia y nos acompañan en lo profundo de los bolsillos en nuestro peregrinar.

Recuerdo los ochentas y me veo en villa del mar observando la isla de sacrificios tras emerger de una ola, el agua a la altura del pecho, la salinidad del mar entrando portentosamente por la nariz y el resto de mi infantil figura. Saberse indefenso ante el peligro latente lo comparo con el miedo que nos permea de meses para acá a los que cohabitamos el globo. Hoy salí por lo indispensable y de forma intermitente no dejaba de sonar aquella melodía confeccionada por John Williams que a la postre se transformó en un referente para varias generaciones: la invisibilidad del peligro que está al acecho si te descuidas por un instante.

miércoles, 1 de abril de 2020

Apuntes en la pausa




Ahora que las circunstancias nos mantiene a gran parte de la población encapsulados en nuestros hogares, me pregunto: ¿hasta qué punto somos capaces de tolerar el encierro con nuestros vicios y mochilas mentales? El aislamiento, la soledad, vivenciar el mundo desde adentro puede y debería ser la posibilidad genuina de encontrar aquello que tanto clamamos mientras vamos dando tumbos en lo cotidiano: hacer una pausa. Pareciera que la tan anhelada pausa nos aterra. No sabemos convivir con nosotros mismos, ni con el tiempo. No queremos que nos alcance el destierro, legitimando la imperiosa necesidad de comunicarnos a través del ciberespacio. No soportamos quedar olvidados en el ostracismo. En un mundo que demanda estar extremadamente presente aunque no se tenga nada qué decir, es normal este tipo de sintomatologías. Y si el claustro es en conjunto, pues la situación se torna desesperante y asfixiante para muchos.

Al ser grotescamente permisivos a lo externo, se cae irremediablemente en el espacio común “ganándole”  la batalla al tedio por medio de esa gama de ocurrencias estúpidas y al vapor como los  tik tok, los desafíos, dominadas con un papel higiénico, estar de cabeza quitándose la prenda que se trae puesta en la parte superior, las cadenas de apoyo convocando a seres invisibles a que enumeren los discos, las películas, las imágenes, que supuestamente han marcado nuestras vidas y un largo etcétera para mitigar el no saber qué hacer con el peso de nuestra individualidad atrapada entre las manecillas de un reloj. Ridiculizar nuestra existencia tras la pantalla parece ser la pulsión predominante.

 “… la caminata da certidumbre al pensamiento, conocemos en la marcha, observamos el mundo porque nos movemos en sentido contrario al movimiento del planeta, aunque al mismo tiempo estemos plenamente referidos a él. Releo estas líneas en elogio a la vagancia, y me queda claro que no es el exterior el enemigo invisible a vencer: el virus letal somos nosotros mismos frente al espejo. Nuestra experiencia de vida tras bambalinas debiera tomar otro cause, un ir hacia dentro desmenuzando el mundo que nos habita: romperlo en cientos de fragmentos, investigarlo, repudiarlo y sopesarlo.  Cuando el tiempo de volver regrese, salir al escenario del mundo con una visión más íntima y autodeterminada de nuestra individualidad podría ser un ligero cambio en el horizonte que nos observa en lontananza, porque la vida como siempre, estará ahí al acecho para darnos nuevas lecciones y patadas en los huevos.