Con
las sensaciones a flor de piel, escribo lo que brota de golpe. Pienso en mis
lecturas durante este año cochino, sin sentido, y que permanecerá por largo
tiempo en la memoria de todos aquellos que seguimos resistiendo en busca de un
horizonte habitable. He sufrido y gozado al estar ausente del resto, entre mis
libros. Pienso también que esos rectángulos de experiencias ajenas llegan a uno
de forma misteriosa, a través de la intuición, y en otras ocasiones, al
llamarlos en el silencio de la noche producto del imán de los estados anímicos
que nos habitan.
Termino
La piedra de las galaxias de Adrián Román (Ed. Moho, 2020) y no me queda duda:
es una de las lecturas más recalcitrantes y vagabundas que haya leído de meses
para acá. Su estilo incendiario y constante me ha hecho vibrar a través de
parajes inhóspitos, descarnados, removiendo el atole personal de mi estadía en
Ciudad Metástasis, como me gusta nombrarle a la cancerígena CDMX.
La piedra —me aventuro a decir—, en todo su aparente desorden, es una bomba molotov que todo lo abarca y todo lo infecta a su paso. Con el encendedor de la vivencia, Adrián ilumina las cloacas del desamparo, de los excesos, de la rabia, y la desesperación en compañía de personajes disparatados como el Siniestro Dr. D, el Cometa, Kory, Montse, el Bang-Bang, Madrisol, entre otros: pléyade de voluntades que se dan cita en el tránsito de sus páginas para caminar de la mano y sin escalas a la autodestrucción.
Sin
duda, es el testimonio de un escritor que se encuentra en la búsqueda de su
destino literario, peleando en el ring de los días a como vengan: “Estar vivo
es estar en deuda. Yo quiero entrenar para la muerte. No quiero una oficina, un
salario espectacular, ni una mujer a la cual cuidarle las nalgas. Me gustaría
entender que no soy dueño de nadie, conocerme, hacer todo lo que me venga en
gana, escribir, dibujar, tocar un instrumento, hacer poemas. Masturbarme, fumar
mota, meterme cocaína, beber todos los días”.
La
novela no es en ningún caso una apología de las drogas, aunque seguro causará
comezón y repulsión a aquellos temperamentos repletos de sueños bananeros que
comulgan la rectitud y las buenas formas en el mundo telemático que nos
mantiene atrapados. La vida está en las calles, en lo nauseabundo y bello que
ofrecen los días, no en la falsedad y comodidad de la pantalla.
Considero
que la piedra y todo su entramado es un grito para exorcizar o hacer las paces
con los demonios de un pasado-presente-futuro que se llevan bajo el brazo por
las esquinas de la vida. Recorremos los días enmascarados como ejércitos de
ninjas, confundidos, con losas invisibles en la espalda; evitando con sigilo
que los dolores de otras vidas vuelvan a cachetearnos en otros momentos, en
otras personas, en otras caricias. Somos camaleones por antonomasia, sin
embargo, “uno debe tener trucos para escapar de sus pequeños infiernos”.
La
piedra de las galaxias es, en toda su alegoría, un registro variopinto de
recuerdos lacerantes y dolorosos. Como la pérdida de una madre a quien abrazó
el cáncer. El no saber quién es realmente tu padre e inventarte un mito que
aparece por todos lados. Un aullido de los cinturones de miseria que son las colonias
que nunca verán la luz del sol, y que son necesarias para que esta urbe
respire. El personaje comparte desde la rabia banquetera todo un universo
contenido en su andar, hasta alcanzar el delirio poético en su abecedario del
caos. Literatura para arriesgados y curiosos, que invita a calarla y dejarse
llevar por la intoxicación humeante de sus recovecos. No van a encontrar
advertencias, moralismo ramplón, ni arrepentimientos. Tampoco autocomplacencias
ni letras lastimeras. Tan sólo la
constante de volver a sentir rico mientras el mundo arde alrededor.
“En la piedra hay dos caminos: o le haces caso a la mente o al cuerpo. Yo prefiero escuchar al cuerpo. Si pones atención en la mente acabarás sufriendo”. Me queda claro que ejercer el noble oficio de la escritura y hacer literatura puede salvarnos en los momentos de inanición que entran por la ventana. Como lectores atentos, podemos salir de nuestra ratonera mental y explorar otras visiones que nos brinden posibilidades alternas de hacer amigos mientras leemos. El tiempo hará lo suyo al caminar la delgada línea de la existencia y todo esto termine. Seguro estoy: no saldrán indiferentes de esta galaxia. Y como dice un gran amigo oriundo de esta ciudad y conocedor de su pulso: “Pinche Payán, para soportar esta ciudad y la vida en general, al menos tenemos que tener un par de vicios. Ser faltosos”.