Husmear
avenidas, calles, callejones y colonias en lugares transitorios o donde
habitamos de forma permanente, es una aventura que sabe mejor a pie. Caminar es
dialogar con las ciudades. Basta con echar por el retrete a la noluntad
cancerígena y darle un vuelco a la voluntad para salir de la placenta del
marasmo, ampliando el espectro de nuestra existencia en colectivo.
No
saber dónde nos encontramos, olfatear intuiciones, perder la brújula, y
sentirnos perdidos entre el tumulto, en otro territorio, son instantes que
afilan la navaja de los sentidos. Oído, vista, olfato, gusto y tacto unifican
sus dilemas para construir abanicos de experiencias que se llevarán tatuadas en
la memoria. “Debía hacer algo. Cualquier cosa que me entretuviera. Si me
quedaba quieto, la locura o el suicidio serían la única salida posible.” Con la
desesperanza a flor de piel da inicio Pinche Paleta Payaso compendio de trece
crónicas en donde Adrián Román expone de forma vorazmente honesta la dinámica
de lo que pasa en la otredad que nos circunda: el mosaico urbano y su
vitalidad.
Haciendo
uso de la exploración a ras de banqueta, combinando la metáfora, las frases
cortas y lapidarias, Adrián logra mezclar a manera de remix visceral las
maravillas y lo putrefacto de existir. Los recuerdos de una niñez lejana, Cuba,
los Rolling Stones, Argentina, las calles de tepito, encuentros con boxeadores,
Toluca y su albergue de perros, juntas de AA, raperos, el torito, drogas y
muchos excesos son parte de un rompecabezas trepidante e insolente que pone de
manifiesto que la vida es mucho más que estar postrado en una oficina e ir al
súper el fin de semana: es vagar sin rumbo aparente, sin tapujos, exprimiendo,
sufriendo y gozando a cada paso la experiencia humana en todo su sórdido
esplendor. “Camino para no estar encerrado, escuchando lo que pasa en mi
cabeza.”
Libro peregrino que llegó hasta la puerta de mi casa en forma misteriosa y bondadosa una noche otoñal de manos del autor -que ahora sé, es vecino del barrio-, una librería ambulante en diablito, y Barrabás su cocker, los cuales me han regalado tardes donde agradezco estar ausente del resto, no saber en qué día estoy, perder la dinámica de la cotidianidad, embriagarme sin motivo, fumar y soltar estrellándome en la palestra de mis humores, nostalgias y miserias de madrugada en esta pausa que nos mantiene encapsulados y pareciera no tener fin.